Una joven pasado de peso y con problemas dentales viaja con su padre por el norte de Chile. Se dirigen a Iquique. No sabemos cómo se sienten, pero detrás de las palabras hay secretos y tristeza.

 

Los personajes de Camanchaca no reflexionan. Tampoco comentan sentimientos

ni dicen lo qué piensan sobre los demás. En la novela hay descripciones, acciones

y diálogos. La narración es minimalista  y desgarradora. Los personajes y los lugares se van construyendo en la mente del lector a partir de las migajas que Zúñiga arroja. Migajas que son como pistas que nos guían por el contrastante paisaje chileno y a la vez por la historia del Chile de las últimas dos décadas.

 

El personaje principal es víctima de la audacia de los padres para sobrevivir en un panorama adverso: un divorcio, la pobreza, el azar que pocas veces sonríe.

Para los personajes que habitan la novela, las cosas andan bien, pero las cosas andan mal. La infancia es un puñado de recuerdos que el tiempo ha sobrevaluado. Su lucha es la lucha de todos.

 

Camanchaca es un libro de una belleza rara, de esa que sólo se encuentra en

los silencios y en el dolor de la nostalgia.

(Carlos Calles)